Javier taberner

Filosofía Debida

De la verdad

“No tu verdad: la verdad.
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela.”
Antonio Machado

El problema de la verdad ha quemado las pestañas de los filósofos de todas las épocas. Y hasta donde sabemos, nunca han llegado a un acuerdo que nos permita hoy tener una definición verdadera y prolijamente cerrada que sin más, nos de una idea de su significado y nos libere de toda discusión.

Verdad” ¿Qué encierra en sí ésta palabra que desvela a los pensadores? ¿Qué es “la verdad”? Aunque la cuestión tal vez sea: ¿Existe la verdad? La verdad de qué o de quién. La verdad primero nos falta, después nos sobra y nunca nos basta. La verdad asombra y muchas veces disgusta. Que cada cosa sea como es y responda a su propia naturaleza, a pesar de que cuanto existe parece presa de incesante mudanza, debería bastar para mantener activo, asombrado y curioso el espíritu cuerdo.

La verdad no es única por la verdad no es la misma verdad para todos y cada uno de nosotros. Si lo que pienso se corresponde con la realidad, puedo afirmar que mi idea es una realidad. El problema es que la realidad, mi realidad, no es la realidad del otro por lo tanto mi verdad ya no es “la verdad”. Entran En juego espacios de subjetividad que relativizan la dimensión de la verdad y de la falsedad.

Algunos pensadores toman un campo de acción donde se ubica la verdad y la falsedad en extremos opuestos. Las creencias ubican a la verdad demasiado cerca de la falsedad ya que solo las separa un dogma, una verdad posiblemente reveladora donde la condición de verdad está dada por la firma (¿indiscutible?) de su autor.

En el campo de la ciencia, los valores de verdad están más definidos, pero también se deja un espacio para la refutación y el reemplazo de una verdad por otra. En palabras de Popper: “No disponemos de criterios de verdad y esta situación nos incita al pesimismo. Pero poseemos en cambio criterios que con la ayuda de la suerte, pueden permitirnos reconocer el error y la falsedad”.

Lo que se pretende establecer es lo siguiente: el que no toda la verdad pueda fundarse del mismo modo no equivale a que la pretensión de verdad sea siempre infundada. Este planteo es perfectamente compatible con ciertas formas de escepticismo. La advertencia fundamental de escéptico dice que nunca podemos descartar totalmente el estar equivocados, aunque nuestra creencia de verdad o falsedad de algo tenga suficientes evidencias. Así lo plantea Montaigne: “Lo que mantengo hoy y lo que creo, lo mantengo y lo creo con toda mi creencia (…) No sabría abrazar ninguna verdad ni conservarla con más fuerza que esta. Me entrego por entero, me entrego verdaderamente: pero ¿no me ha sucedidota, no una vez, sino cien o mil, y todos los días, haber abrazado alguna otra cosa con el mismo aparato, del mismo modo, y después haberla juzgado falsa? Por lo menos hay que ser capaz de hacernos sensatos a nuestras expensas” (Apología de Raymond Sebond).

Admitir esta posibilidad de error nos genera cierta angustia pero también prudencia y conducta. Esto no implica renunciar a conseguir verdades aunque estén sometidas a revisión, ni considerar cualquiera de ellas igual de valiosas que las falsedades que satisfacen ilusoriamente algunos de nuestros caprichos supersticiosos.

Los partidarios de la verdad absoluta o de que solo “Todo” puede ser verdadero comparten con los escépticos el desden por lo que podríamos denominar “verdades de entrecasa”, es decir, las verdades que realmente cuentan para nosotros en la vida cotidiana.

La mayoría de los que dicen desconfiar de la verdad o niegan que sea algo más que una “convención social”, no suelen caracterizarse en su vida cotidiana por no creer en nada, sino por creer en cualquier cosa. Y, sobre todo, creen en cualquiera. Renunciar a la objetividad de la verdad (que por tanto es intersubjetiva) equivale a someterlos a los dictados de alguna subjetividad ajena.

Si no asumimos este ejercicio de modestia, no nos encontraremos más libres, sino más avasallados por los embaucadores.


Imagen de Rob Gonsalves

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